Lumières d’été – Luces de verano

 

70 años luego del bombardeo de Hiroshima, un joven director japonés radicado en París visita la ciudad para hacer un documental de la TV francesa. Se trata de Akihiro (Hiroto Ogi), quien entrevista a una sobreviviente que por entonces tenía apenas 14 años. Su relato es estremecedor. Una bella anciana japonesa nos cuenta cómo se vivió la jornada, cómo buscó por días (el cuerpo) de su madre, y cómo su hermana, Michiko, terminó falleciendo los días posteriores producto de la radiación. Son casi 20 minutos de una verdadera poesía donde se luce la Sra. Takeda, con planos enfocados en el rostro de la anciana y en la angustia del entrevistador. Conmovido por lo que escuchó, Akihiro va al parque memorial, encontrándose por azar con una tradicional joven japonesa (Akane Tatsukawa). Su identidad no se revelará hasta el final del film, pero ella lo lleva a recorrer la ciudad, haciéndolo contrastar cómo era Hiroshima antes del ataque y después. Una ciudad que ha construido nueva vida sobre su propia historia, quizás escondiendo su pasado. Pese a su resistencia, entre ambos se desarrolla una buena amistad, iniciando silenciosamente un viaje conmovedor.

Dividida en 3 momentos claros, “Lumières d’été” descansa en un hermoso guión. La primera etapa es la ya comentada entrevista antes de los créditos. La señora recuerda cómo el evento destruyó a Japón y en específico a su familia. El relato produce angustia, y la forma de grabar de Périot, hace que vivamos en primera persona el relato de la bella señora. El segundo momento es el de descubrimiento, cuando Akihiro y la misteriosa muchacha recorren las calles de Hiroshima, para luego viajar en tren a la playa, donde compartirán con un anciano y su nieto, que viven solos a la afuera de la ciudad. Aunque sea por unos minutos, entre todos forman una familia. Los padres del menor están hace años en la capital, y Akihiro empieza a darse cuenta del desarraigo con el que ha vivido su vida. Desarraigo de sus sueños (haciendo documentales de TV por obligación más que opción), desarraigo de su familia (a la que deja en Tokio) y desarraigo de su cultura (pareciendo un verdadero europeo en su natal país). Con todas estas cartas sobre la mesa, la etapa final enlaza el pasado y presente. Las luces del verano han entrado (para nunca dejarlo) en el corazón de Akihiro, y en ello es clave que el protagonista se haya querido dejar iluminar. En estos 3 momentos, podemos reconocer claramente 3 emociones. La tristeza, la alegría, y la esperanza. Esta última etapa, aunque se reconoce en el minuto final de la cinta, es emotiva hasta las lágrimas, cuando Périot nos invita a preguntarnos qué es la familia, si puede o no construirse, y dónde debemos encontrarla.

En “Luces de verano” destaca una forma tierna de abordar uno de los hechos más atroces de la humanidad. Sin pretensiones. La invitación es a vivir el pasado y no olvidar. No olvidar, por ejemplo, que en esas mismas calles murió un sinnúmero de personas. Y no ser indiferentes con el dolor ajeno. También vemos una elegancia en la forma que se aborda la belleza femenina. No puedo dejar de repetir la belleza con la cual se recoge el relato de la anciana. Enfocados en su rostro, vemos el paso de los años y el dolor latente. También se recoge elegantemente la misteriosa joven, que aparece y desaparece tal como llegó. Dejando muchos aprendizajes, y, aprovechando una jornada casi perfecta, invitándonos a recordar a nuestros ancestros. En especial en Japón, donde tradición y un pasado histórico, a largo y corto plazo, vuelven al país asiático uno de los más ricos culturalmente.

Es importante enmarcar esta cinta en la filmografía de Périot. Marcada siempre por la violencia (ver por ejemplo su documental del año pasado, “A German Youth”), “Lumières d’été” es una bella transición a la ficción. Périot logra que la frontera entre realidad y ficción no exista, o al menos estemos constantemente cuestionándola. Por ello, cuando llega el momento del desenlace, y aunque se sospechaba por momentos, es imposible no conmoverse. Incluso hasta las lágrimas. No puedo decirles qué fibra en específico toca Périot, pero lo cierto es que es difícil quedar indiferente ante un documental tan hermoso en lo visual y tan emotivo en lo narrativo. Los invitamos a revisar toda nuestra cobertura de la vigésimo tercera edición del Festival Internacional de Cine de Valdivia.

 

Revius
17 de octubre de 2016
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